viernes, 8 de noviembre de 2013

Vida de un teleoperador


Hoy me gustaría hablaros de ese trabajo tan ingrato que muchos de vosotros conocéis solo porque os molestan a eso de las tres y media de la tarde, cuando os encontráis tirados en el sofá después de comer, justo en el momento en que os ibais a quedar dormidos.

Hay dos funciones principales de un teleoperador que ninguno de vosotros os habéis planteado y que varían en función de si somos los teleoperadores quien emitamos la llamada o quienes la recibimos. Si es el teleoperador hace la llamada la misión es que pegues solo una cabezadita y no pierdas la tarde en el sofá. Por el contrario, si somos los que recibimos la llamada hacemos un servicio rápido de terapia psicológica o emocional, ya que no toda la población tiene un psicólogo a quien contar sus historias.

Este es un negocio que no se acabará nunca pues se retroalimenta, y es que por cada teleoperador habrá al menos 2 personas que no cuelgan nunca el teléfono, que son el padre y la madre de dicho teleoperador, aunque su hijo nunca vaya a llamar a casa.

Pero empecemos por el principio, por el cordial saludo. Como la mayoría de vosotros sabéis yo trabajé en el servicio de cita previa de la Agencia Tributaria, en el que el saludo era el siguiente:

       -Servicio de cita previa de la Agencia Tributaria para la declaración de la renta, le atiende Cecilia....

A lo que nuestro interlocutor siempre, y digo siempre, contestaba bastante alto:

       -Hola, ¿es Hacienda?

A lo que yo siempre contestaba que sí y me tragaba las ganas de decir “No, esto ser restaurante chino, ¿rollito?”

Pero la llamada continúa y el caballero te pide que le hables alto porque él no oye bien. Entonces tú bajas el volumen del teléfono, porque sabes que la llamada transcurrirá a voces y tú no estás mal del oído. Así que atiendes la llamada a voces. El señor llama a su señora para que vaya apuntando los datos de la cita y te pide que seas paciente ya que su señora está ciega y tú te preguntas ¿por qué no se pone al teléfono el ciego y apunta el sordo?

Después de una cuantas llamadas, he llegado a una conclusión: se pone al teléfono, sobre todo para temas tan importantes como es la declaración, el que mande en casa. Y es que no saben los americanos que si querían saber cómo eran los españoles, no necesitaban espiar sino montar una empresa de Telemarketing. Solo prestando un poco de atención, detectas fácilmente si el que habla sigue su propia iniciativa, sigue las indicaciones del que tiene al lado, o llama previas instrucciones de alguien.

El teleoperdor suele llevar unos cascos con un micrófono tipo chayane, con el que lo escucha todo aunque los que están en casa no se lo imaginan, por lo que se pueden escuchar cosas como:

      -No le digas que ya tenemos cita.
      
     -No le digas lo del local, que eso no lo declaramos.

      -¡Qué pesada es la tía!- refiriéndose a mí, claro.

      -Papá tráete el DNI.

Y luego:

     -Papá eso la tarjeta de la Seguridad Social.

O el que a la pregunta “¿ha vendido o comprado algún inmueble en el último año?” le dice a su marido:

    -Manolo, ¿el mueble del salón cuándo lo compramos?


Esos son los buenos, los que disimulan, peor son los que te lo dicen abiertamente a la pregunta:

    -¿Tiene algún inmueble alquilado?

     -Sí, pero no lo declaro.

Que tú piensas “¿y por qué me lo cuentas?”

En este caso suele haber varios tipos de interlocutores, el que está encantado de hablar contigo y no tiene ninguna prisa, aunque tú tengas que atender la llamada aproximadamente en 2 minutos y aquel que quiere acabar cuanto antes porque por ejemplo le has pillado conduciendo, aunque haya llamado él.

En el primer grupo la llamada sería más o menos así:
    -¿Ha recibido el borrador?

     -Pues mire, es que yo vivo en el campo y aquí el correo no llega muy bien, ¿sabe? Pero vaya dígame exactamente cómo es ese borrador porque aquí tengo una carta que acaba de recoger mi hijo mayor en            correos, porque ya le digo aquí.... Posteriormente procede a leer el borrador.

Pero nunca podré olvidar a aquel gaditano que estaba hablando conmigo pero no podía oírme porque había mucho ruido y le decía a las personas que tenía al lado:

   Callarse un poco, que no oigo a Cecilia!

Por lo que parece que todos se marchan de la habitación, pero se queda la pareja del gaditano que le pregunta:
    -¿Con quién hablas?
Él contesta:

    -Ya te lo he dicho, con mi amiga Cecilia.

     -¿Quién es Cecilia?

A lo que el señor continúa:

      -Bueno Cecilia, entonces el lunes a las 17:30, ¿una cosa rapidita no? No vamos a echar mucho rato.

      -¿Quién es?

Y me dice susurrando al teléfono:

     -Mírala, mírala. Está celosona perdida, jaja.

Esto me recuerda a cuando te toca vender algo por teléfono y justo después de decir tu nombre le dices a una niña:

    -Dile a tu mamá que se ponga.

    -Vale, mamá ponte que es Cecilia.

Escuchas a la madre decir:

     -¿Cecilia? Yo no conozco a ninguna Cecilia.

Eso sí, cuando se pone las dos os reís un poco gracias a la niña, y ya sabes que le costará más colgar.

Pero aún está el grupo que tiene mucha prisa, no creáis que es mejor por aquello de vísteme despacio que tengo prisa. Siempre recordaré aquella señora que se presentó en Hacienda sin cita, y llamó para que yo se la diera pero cuando comencé a hacerle las preguntas pertinentes…
     -¿Ha vendido su vivienda habitual en el último año?
Ella contesta:

     -No, no me preguntes nada que yo de esto no entiendo. Solo vengo con los papeles a que me hagan la         declaración.

Tú le explicas:

     -Las preguntas son necesarias para calcular el tiempo de la cita.

Y le repites la pregunta, a lo que ella contesta que no sabe, que ella de eso no entiende.

      -Pero señora, cómo no va a saber si ha vendido su casa o no.

      -Es que yo no entiendo de estas cosas.


Tú te sientes muy frustrada y los que más se divierten en este caso son tus compañeros, que no quieren que les entre ninguna llamada para poder oír como acaba esto. Tras varios intentos sin éxito y ante la atenta mirada de mis compañeros solo se me ocurre una cosa:

      -Doña Fulanita (preservemos su intimidad) ¿Está sentada?

       -Sí.

      -Olvídese de que está en la oficina de Hacienda, olvídese de que no me ha visto nunca. Imagine que nos        encontramos por la calle y yo le pregunto: Fulanita ¿has vendido tu casa? ¿Usted qué me diría?

      -Que no, si yo no me he mudado ni nada.

Aquí mis compañeros se lo están pasando genial, yo por el contrario estoy sufriendo pensando qué voy a hacer cuando llegue a la pregunta de “¿ha vendido acciones?”

¿Cuál es el problema de este tipo de personas? No es la paciencia que hay que echar, no es la inseguridad de si finalmente los datos de la cita serán los correctos, no es que tu medía del día en llamadas se haya ido a tomar viento. Es que la siguiente llamada la atiendes a voces y dándole al botón del volumen porque la otra persona dice que te oye desde muy lejos, hasta que tu compañera cansada de oírte a ti y no a su interlocutor decide mirarte y bajarte el micrófono de la frente, que lo subiste, para que el de la llamada anterior no te escuchara decir algo indebido. Esto le ha pasado a cualquier teleoperador, pero te hace mucha gracia cuando le pasa a tu compañero.

O aquella otra señora que decía que su borrador estaba bien pero solo tenía mal el número de cuenta y te preguntaba si podría cambiarlo ella con el boli y ya está. Y no comprende, por más que se lo expliques, que en ese caso el número no se modificará en Hacienda, solo en su borrador.

Aquel otro señor que cuando contestó al teléfono y después del saludo lo dejé hablar me dice:

      -Menos mal, una muchacha educada y agradable porque tus compañeras son unas mal educadas.

Yo le digo:

      -No se preocupe, yo le doy la cita.

Mientras, me echo a temblar por la llamada que me imagino que me espera. A lo que el señor dice:

     -Sí porque a tus compañeras les hablo y no me dejan hablar para decir pulse 1, pulse 2, pulse 3…

Yo me aguanto la risa y me debato entre explicarle al hombre que ha estado hablando con una máquina o dejarle creer que yo soy maravillosa y opto por lo segundo.

Tras tantas llamadas recibidas y de haber vendido teléfonos, energía, baba de caracol, cursos de inglés y televisión, podría contaros un sinfín de historias. Pero voy a ir a lo que os interesa: Después de no dar vuestros datos en ninguna parte, de pedir que os borren de las listas y una ley de protección de datos, os seguís preguntando cómo consiguen vuestro número. Bien, yo os lo diré, SON VUESTROS MARIDOS ¿A qué teleoperadora no le han pedido el teléfono cuando ella intentaba solicitar el del cliente? Y si se envalentonan te invitan a ver el fútbol que están contratando.

Esto me recuerda una última historia, la de aquella buena señora que llamó por orden de su marido a Digital+ pero no quería contratar otra cosa que no fuera Gol TV, que son la competencia.


Esta entrada, como no puede ser de otra forma, es para mis compañeros. ¡Espero que haya por ahí alguno que me lea!