lunes, 2 de septiembre de 2013

La granja escuela



Hoy quiero hablaros de esa excursión que todos hacíamos a la granja escuela, ese lugar donde se explicaba a los niños de ciudad que la leche no viene directamente del tetra brik y donde veíamos en vivo a animales que no eran perros y gatos.

Pero la excursión comienza mucho antes de llegar a la granja, mucho antes. Yo recuerdo que la primera excursión la hice con 6 años. Me hizo tanta ilusión que los 3 tres días antes me desperté creyendo que se me había hecho tarde para la granja escuela.

Tu madre pagaba para que nos llevasen en autobús y nos cuidasen todo el día en la granja, nos dieran de comer, etc. Después de analizarlo bien pienso. ¡encima pagábamos!

Pongámonos en situación. Habíamos madrugado, pero ese día todos estábamos contentos porque no había cole. Subíamos al autobús, ¡pero cuidado! No valía sentarse en cualquier sitio, el asiento que eligieras para las primeras excursiones marcaría tu futuro en el colegio. Si te sentabas al final estaba claro que habías elegido el papel de rebelde dispuesto a ser el líder de todos –este tipo de seres no acababa la ESO–. Pero si por el contrario te sentabas junto a la “seño” tendrías una infancia muy dura porque los que se sentaban al final irían a por ti. Lo más recomendable en estos casos era sentarse en la zona segura, la de en medio, te garantizaba que acabarías tus estudios y podrías sobrevivir a ello. 

Una vez elegido el asiento comenzábamos a cantar, ¿os acordáis? "para ser conductor de primera acelera" pero esa era solo para calentar la voz la que realmente nos gustaba era aquella de " en la puerta del colegio hay un charco no ha llovido son las lagrimas de.... porque ......no ha venido" y siempre se procuraba buscar la combinación más cruel que provocaba las risas de todos menos de nuestros compañeros menos de los protagonistas. Mientras el chófer y los profesores se decían que se habían equivocado de profesión  y que mañana les tocaría el casete de los del viaje de fin de estudios

Una vez en la granja nos enseñaban un burro muy viejo, los cerditos, los pavos reales enjaulados –que a mí personalmente me llamaban mucho la atención pero a la vez me daban mucha lástima–. Recuerdo una vez que vi un toro también muy viejo que tenían allí para preñar a la vacas, y algunos lo tocaron y eso, pero yo mantuve la distancia porque siempre he sido una cagueta…
Con ustedes, nuevamente...
Añadir leyenda



Pero llegaba la hora de comer y siempre comíamos lo mismo, macarrones con tomate y croquetas de segundo, lo recuerdo porque yo odio la pasta, llevo años sin probarla, pero para que os hagáis una idea para mí es la típica comida que cuando tocaba en casa y preguntaba:

     - Mamá, ¿qué hay de comer?

Ella contestaba:

     - Comida

Con lo cual yo ya sabía que no me iba a gustar y puesto que lentejas no era ya que no me había llegado su olor característico, yo pensaba: o macarrones o espaguetis.

Pero tranquilos que como la naturaleza es sabia nací junto a una hermana gemela a la que le gustan los macarrones así que se comía los míos y me cedía amablemente sus croquetas, y por si esto no fuese suficiente, mi madre me llenaba la mochila de bocadillos.

Pero llegaba la hora de la merienda y nos enseñaban a hacer pan, recuerdo que le metíamos una pastilla de chocolate dentro. Esto me hace pensar 2 cosas: la primera, que para mí es una asquerosidad porque hacíamos los bollos y los metíamos en el horno y luego te tocaba el de otro que a saber cómo se había lavado las manos después de tocar al burro y a los cerdos; y la segunda, pobre del que le tocara mi bollo porque se comería el más deforme de todos.

Pero vamos a la parte seria, por la que he escrito todo esto. En realidad estoy haciendo una investigación, porque no sé si lo recordáis pero a la hora de la merienda siempre la mesa de al lado estaba preparada para una cena. Cuando preguntabas te decían que había un grupo que se quedaba 3 días. Hoy me pregunto ¿conocéis a alguien que se quedara? ¿O es como los medidores de la audiencia que todo sabemos que existen pero nadie ha visto uno?

En aquel entonces pensaba: ¡qué cara ellos se quedan! Y un segundo después me decía a mi misma que no conseguiría sobrevivir a base de croquetas y bocadillos los 3 días y que era mucho mejor disfrutar de aquel bollo con una forma casi perfecta y lleno de bacterias para coger fuerzas para el duro viaje de vuelta.

Como no puede ser de otra manera esta entrada se la dedico a mi madre, que como sabía que lo pasaría mal a la hora de la comida, me hacía los bocatas y me recordaba que tenia que ser rápida en decir no aquello de "no piki" de lo contrario estaría perdida. 

Créditos de la foto: Jose Luis Canales-jozelui en Flickr